Trópico de Cáncer 

18.06.2017

En esa línea imaginaria que circunvala la Tierra del paralelo de latitud 23º 26′ 14″, al norte del Ecuador, se define el Trópico de Cáncer. Y en las horas que transcurren entre el 20 y el 21 de Junio de cada año, esta línea delimita el punto más septentrional en el que el Sol llega a brillar en su cénit... Es el solsticio de verano. Con él llegan las brisas estivales que inundan los rincones de las estancias, transportando los efluvios de un sentimiento que lo mueve todo: el AMOR.

Donjuanes en el Trópico
Donjuanes en el Trópico

Espacio: Bodega Las Tirajanas Fotografía: I&F Photographers Vídeo: Hemisferio Creativo Textil: Compleventos Maquillaje: Natalia Carballo Peluquería: La Peluquería Vestido ella: La Novia Siete Palmas Vestuario él: Tendido 18 Las Palmas Cáterin: Restaurante El Mirador de Santa Lucía Tartería: Ganaché Las Palmas Motivos florales: Nature World Floristería Decoración, iluminación y diseño: Donjuanes, wedding planners & design

Fui más joven una vez. Y con la frente algo menos despejada que hoy, mis pies pasaban cuatro meses al año sumergidos en el Atlántico, este mar que todo lo puede, este océano que todo lo destruye pero que a su vez tanto crea. Las huellas descalzas iban salpicando el arenal rubio, mientras el aire de los Alisios producía ecos entrecortados a cada salto, por cada brinco. El olor de la seba penetraba por las fosas nasales, y un sabor como salado recorría nuestras gargantas, porque de niños gustábamos de correr gritando frente al mar, buscando vencer al rugir de las olas que trataban de acercarse a nosotros cada vez. 


Cuando exhaustos no podíamos más, nos cobijábamos en los patios blancos de las casitas de la playa, de cuyas paredes colgaban mil maceteros de claveles rosas. Nos tumbábamos en el suelo, con la mirada perdida en el azul, dibujando con nuestras mentes formas caprichosas en las nubes de algodón. Con el aguamarina en la retina, cerrábamos los ojos mientras nuestras manos niñas se rozaban tímidamente. De pronto un leve y furtivo beso en la mejilla y el ruido de sus pisadas huyendo del atrevido gesto entre risas de cascabel. Corrí tras su espalda, y seguí su rastro hasta la casa de la abuela, donde una fresca limonada nos esperaba para aplacar la sed de la tarde. Los visillos flotaban por los pasillos de la casa, y a nuestro paso nos rozaban las mejillas sonrosadas. Los mayores trataban de contener a la chiquillería, que como una bocanada de aire fresco recorríamos la casa entre pilla pillas y canciones. "¡Cuidado con la jarra!", decía la tita bandeja en mano. "Que llevo el vino", mientras sus ojos chispeantes acompañaban una mueca por sonrisa. Sonaba la radio con canciones sin pretensiones, de esas fáciles de tararear que duran casi lo que el solsticio. Se disponía la mesa para el aperitivo haciendo boca para la cena. Las socorridas velas comenzaban a brillar decorando los rincones del pequeño comedor improvisado en la terraza. A lo lejos, el neón parpadeante del bar del pueblo y que jamás vi completamente encendido. Mi madre sacaba entonces aquella piña tropical de imponente penacho y dispuesta a ser sacrificada delante de todos, para saciar nuestros tan pequeños como voraces estómagos. 



Los recuerdos de aquellas cálidas tardes de verano, terminaban con el destello de los serpenteantes senderos de plata dibujados sobre la mar rizada. Hoy, todas esas imágenes se apelotonan en mi cabeza. Han pasado los años y el cosquilleo de aquellas ligeras cortinas en la nariz sigue presente en mi memoria. También el olor de las algas secas delante de la casa, combinado con el de la fruta fresca y las cremas frías de la yaya. Los sonidos del vaivén del oleaje, el bullicio de las largas conversaciones de sobremesa, y de fondo, el zumbido del neón...Han pasado los años. Veo a mi niña vestida de novia y parece flotar sobre la espuma blanca de las olas. Celebra el amor y de nuevo las velas, las piñas y el vino rosado decoran el salón. Un montón de flamencos de cuello largo y grandes picos curvos nos miran condescendientes, y perdonan la vida del centenar de globos rosa que flotan en el aire.Han pasado muchos años. Siento que me sobran los zapatos para sacar a bailar a mi pequeña hecha mujer y entregarla a mitad del baile al que hoy ya es mi hijo. Me aparto del foco de atención y les observo con ojos vidriosos. Miro a mi esposa, embelesada al calor de los recién casados. Entonces siente mi mirada posada en ella. Me sonríe y me dice un te quiero sordo. Es verano una vez más, seguimos en el Trópico. Y el amor lo sigue moviendo todo.

Donjuanes, poniendo emoción en tus celebraciones.